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>Jacinta, mi bisabuela

>Han llegado a mis manos los diarios de Matilde. En ellos escribió lo que mi bisabuela le contó.
No trascribiré sus letras. Lo dejo para otro momento. Será ardua tarea.
En ellos se encuentra su testimonio sobre el hecho que dio oportunidad a mi vida.

Cuando fue abusada (así lo apunta), tenía creencias ciegas sobre lo que ese hombre representaba.
No opuso resistencia porque el desconcierto la enmudeció.
Le sirvió para verlo todo con claridad.
No le guardaba rencor. Eso dice cuando Matilde le pregunta al respecto.
Ella aceptó su destino y agradeció el fruto que, aunque no fue escogido, la vida le ofreció. Justifica con dolor su renuncia. Plantea que no había otra posibilidad. ¿A dónde ir con la tripa llena? Decía ella.
Su familia no se haría cargo y quedarse en la misma casa en que mi abuelo fue adoptado iba a ser insoportable.
Se alegró del destino que puso en sus manos la liberación de su hijo y su propia supervivencia.
Se inició en artes de sanación. Tuvo una percepción de las cosas más a allá de lo aparente. Está dotada de un sexto sentido.
Mamá también lo ha vivido.
Conectaba con la raíz de la vida. Con el suelo.
Su presencia en la vida dejó huella profunda.
Fue compañera y amiga de Matilde. Más que amiga.

Querida Susi, nunca hemos hablado de esos escritos. Me consta que los has leído.
Cuando decidiste vivir en la casa que vio nacer a Jacinta, sabías.

Ellas se llegaron a tocar y a amar. Ese contacto liberó a las dos mujeres.
Lo hicieron con desapego. Dejando cada cosas en su sitio. Respetando las estructuras y la grandeza de amar. Las dos tenían lo deseado. Compartían.
Matilde fue una persona radiante, amada y deseada por todos. Su amor verdadero fue tu hermano. Eso lo sabes. Tú misma caíste bajo su encanto.
Por eso, Carlos fue su hijo del alma. Antes, Julián había llenado el vacío de la maternidad negada. Tu hermano pequeño traía bajo el brazo el vínculo que las unía.

En cuanto a tu orientación, si lees con detenimiento los apuntes en su diario verás que hay detalles que por su redundancia apuntan a esa inquietud en tu segunda madre, como te gusta nombrarla. Esa insistencia en los pasos a dar para hacer de ti una señorita, en el sentido que la palabra tenía, no son más que alertas significativas sobre lo que ella veía en ti.
Los niños no mienten. Seguro que la abrazabas con el corazón alborotado y la contemplabas con admiración, no queriendo emularla, sino queriéndola tuya.
Esas cosas se disimulan mal cuando nacen de dentro.
Nunca fue directa en sus apuntes.
Supongo que era consciente de que algún día estarían en tus manos y no quería hacerte daño.
Fuiste su niña. Eso no lo dudes.

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>Reconozco que me he perdido lo que la naturaleza me regaló.

>Es posible que no llegues a entenderlo.
Ricardo se alejó. Lo hizo sin que yo advirtiera su ausencia. La vida venía tirando de mí.
Cuando nos reencontramos ya era ella, Rica.
Te diré que no me sorprendí. Fue algo que sin saber sabía.

Mis viajes me tenían aislada. Me centré en mi trabajo y dejé de lado la vida que antes tenía. Fue mi huida.
¿Cómo vivir mis contradicciones sin romperme?
Tu madre supo tomar esa decisión. Yo no hubiera sabido hacer algo así.
Mi actitud en la vida era masculina, pero no hubiera sido capaz de hacerle a mi cuerpo lo que ella le hizo al suyo.
No sabría decir si mi vida hubiera pintado mejor en ese rol.
Mimeticé formas y gestos.
En más de una ocasión me sentí llamada muchacho y eso me gustó.
De niña y jovencita no era dueña de mis bucles y adornos femeninos.
Posiblemente Matilde intuía y hacía lo posible por hacer de mí lo que veía se perdía.
No me extrañaría que incluso tuviera conocimiento de mis deseos. Los que yo ni siquiera intuía.
Estar en un internado despertó lo que en mí dormía.
Fue un tiempo en que supe que tenía un poder que sojuzgaba a las otras.
Es posible que el coqueteo y juego mantenido con Ricardo fuera un ensayo sin riesgos.
Los dos sentimos la necesidad de encontrarnos, pero al tiempo vivimos el freno que obstaculizaba nuestros sentidos. Descubrimos los límites que debíamos superar. Nuestras almas se hermanaron.
Te diré que nunca expuse mi cuerpo desnudo al contacto. Con ellas mantuve mis ropas ciñéndolo. Las tomaba y las dejaba. Se quejaban. Me reclamaban y yo me alejaba. Mi desapego desagradaba y tentaba.
Fueron encuentros fugaces. Nunca dormí con mis amantes.
Me sentí rara y distinta. Diferente.
Asumí que no siendo así hubiera sido imposible encontrarse.
Imagino mi cuerpo otro y no me sé.

Hubo un momento en que Ricardo y yo nos planteamos concebirte.
Casi tuve claro que con esa inseminación podría, pero eso me quitó el sueño y le tuve que decir que no contara conmigo.
Me hubiera gustado pasar por ello y tener hoy ese fruto, pero me fue imposible.
Incluso miramos procedimientos en los que bastara que yo donara mis óvulos, pero tampoco pude con ello.
Reconozco que me he perdido lo que la naturaleza me regaló.
Estás aquí. No por mí. Fue otra la que se ofreció.

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